Fernando Irala

Las cifras oficiales más recientes situaron la inflación en México durante el primer semestre en ocho por ciento pero, lo que es peor, todo indica que en los próximos meses seguirá subiendo.

Como todo mundo sabe, el índice de precios nos da un promedio del comercio de innumerables mercancías, aunque también hay datos más específicos: el incremento en los productos agropecuarios ha sido superior al diez por ciento, y en algunos casos como el aguacate, la naranja o la papa, mucho más allá.

La observación es de siempre pero la tragedia es hoy: la mayoría de la población, que ya era pobre y ahora lo es más como producto de la pandemia y de la pésima estrategia gubernamental que han derivado en una economía pasmada, sin crecimiento, es quien más sufre y no tiene defensas ante el fenómeno inflacionario.

Entretanto, en el mundo se advierte del riesgo inminente de una recesión, es decir, de un periodo prolongado de decrecimiento económico, o como suelen decir los expertos, crecimiento negativo.

 La suma de una inflación descontrolada y una recesión económica se traducirá inevitablemente en un empobrecimiento mayor de las capas más vulnerables, incluso la caída en pobreza de sectores de clase media baja que luchan en su día a día por superarse, pero que ante la falta de empleo y mayores ingresos engrosarán las filas de la miseria.

Tal es el futuro inmediato del país, y no se advierte que haya una política de gobierno para contener o revertir la negrura que ya estamos viviendo.

Un temprano pacto entre los sectores para congelar algunos precios mostró su insuficiencia desde los primeros momentos, y ahora ya ni siquiera se le menciona.

Tampoco se sabe de otras medidas para incentivar la economía y alejar la recesión. Si no las hubo en la pandemia, menos las habrá ahora, en que la sensación de emergencia se ha desvanecido.

Así, nos esperan unos meses de turbulencias, en una nave que va al garete y sin que haya un piloto visible.