martes, 8 de diciembre de 2015
La Cueva de la Hidra / Las flores del mal
Por Gustavo Rentería a las 10:52 archivado en Columnas Nacionales Margarita Jiménez Urraca | Comentarios : 0
Margarita Jiménez Urraca
Poder, intereses, petróleo, industria armamentista y fundamentalismos religiosos, sumados a la pobreza y a la ignorancia han producido una mezcla explosiva de la que se han valido los movimientos terroristas y económicos en el mundo.
En una reacción legitimada por lo hechos, la defensa de occidente, después del viernes 13 de noviembre en París, se agudizaron los bombardeos en Irak y Siria, aliados estratégicos de los países poderosos de occidente en Medio Oriente. En la misma región, a Arabia Saudita, Dubai, Qatar, Kuwait, los Emiratos Árabes, el conflicto no los ha tocado: todos ellos son productores de petróleo. No es casualidad que quienes les compran el oro negro se asocien en calidad de vigilantes de sus intereses en estos territorios, sino que lo diga Afganistán que vive en estado de guerra permanente por su situación geográfica estratégica en la región. En un mundo así, las Flores del Mal, como las del poeta francés Charles Baudelaire germinan gracias a la miseria, la ignorancia de los pueblos y la vecindad con países líderes que los utilizan como carne de cañón.
Los fundamentalismos religiosos, sean los que sean, se dan entre los más pobres de alimento, casa, vestido y escuela. Sus condiciones de vulnerabilidad los convierten en colaboradores de los poderosos como ocurre con el narcotráfico y otras organizaciones criminales en algunas regiones de México.
En abril de 2013 se anunció la fusión de las milicias de Siria e Irak, autonombrándose Estado Islámico. Se calcula que ellos controlan al menos 40 mil kilómetros cuadrados en esos países y que al menos 8 millones de personas viven bajo su égida, parcial o total, en donde se aplican de manera draconiana las disposiciones religiosas del Islam.
La violencia florece en condiciones de pobreza. Tanto el Islam como occidente han usado a los más desprotegidos para inocular en ellos ideas de fanatismos religiosos y otras ideologías; compran niños y jóvenes que empuñan armas para matar en nombre de cualquier Dios o causa ajena. Han convertido a los países petroleros de la región en patrocinadores de grupos de espionaje, de contención o de ataque.
En este hito de la historia estamos obligados a mirar la verdad cruda y las consecuencias de esta forma de ejercer el poder. La sangre derramada, que es mucha, nutre a los que se inmolan, al mundo occidental y al árabe en búsqueda de revancha; es la misma que oscurece las horas luminosas de Francia, de Irak, de Rusia o de Siria, también de México. La lección es cara, la agudización de las asimetrías y la siempre floreciente industria de las armas, de la guerra, nutren el conflicto.
Poder, intereses, petróleo, industria armamentista y fundamentalismos religiosos, sumados a la pobreza y a la ignorancia han producido una mezcla explosiva de la que se han valido los movimientos terroristas y económicos en el mundo.
En una reacción legitimada por lo hechos, la defensa de occidente, después del viernes 13 de noviembre en París, se agudizaron los bombardeos en Irak y Siria, aliados estratégicos de los países poderosos de occidente en Medio Oriente. En la misma región, a Arabia Saudita, Dubai, Qatar, Kuwait, los Emiratos Árabes, el conflicto no los ha tocado: todos ellos son productores de petróleo. No es casualidad que quienes les compran el oro negro se asocien en calidad de vigilantes de sus intereses en estos territorios, sino que lo diga Afganistán que vive en estado de guerra permanente por su situación geográfica estratégica en la región. En un mundo así, las Flores del Mal, como las del poeta francés Charles Baudelaire germinan gracias a la miseria, la ignorancia de los pueblos y la vecindad con países líderes que los utilizan como carne de cañón.
Los fundamentalismos religiosos, sean los que sean, se dan entre los más pobres de alimento, casa, vestido y escuela. Sus condiciones de vulnerabilidad los convierten en colaboradores de los poderosos como ocurre con el narcotráfico y otras organizaciones criminales en algunas regiones de México.
En abril de 2013 se anunció la fusión de las milicias de Siria e Irak, autonombrándose Estado Islámico. Se calcula que ellos controlan al menos 40 mil kilómetros cuadrados en esos países y que al menos 8 millones de personas viven bajo su égida, parcial o total, en donde se aplican de manera draconiana las disposiciones religiosas del Islam.
La violencia florece en condiciones de pobreza. Tanto el Islam como occidente han usado a los más desprotegidos para inocular en ellos ideas de fanatismos religiosos y otras ideologías; compran niños y jóvenes que empuñan armas para matar en nombre de cualquier Dios o causa ajena. Han convertido a los países petroleros de la región en patrocinadores de grupos de espionaje, de contención o de ataque.
En este hito de la historia estamos obligados a mirar la verdad cruda y las consecuencias de esta forma de ejercer el poder. La sangre derramada, que es mucha, nutre a los que se inmolan, al mundo occidental y al árabe en búsqueda de revancha; es la misma que oscurece las horas luminosas de Francia, de Irak, de Rusia o de Siria, también de México. La lección es cara, la agudización de las asimetrías y la siempre floreciente industria de las armas, de la guerra, nutren el conflicto.
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