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miércoles, 12 de octubre de 2016

Absurdos colectivos

Miguel Arroyo

El  calentamiento global es un fenómeno que sorprendentemente algunos  aun pretenden desconocer. El trastocamiento de las temporadas estacionales, el deshielo asombroso de algunos glaciares en los polos, el desorden en las mareas oceánicas y los huracanes cada vez mas frecuentes, son algunos de los síntomas de éste desorden ambiental.

Pero lamentablemente existen también otros signos que son parte del comportamiento humano, que depredan el medio ambiente y provocan que especies naturales y animales se encuentren en peligro de extinción.

Nuestro país es uno de los lugares de mayor depredación ambiental. Ya hemos hablado en entregas anteriores de esta situación, pero hay que resaltar la gravedad de la insensibilidad, no solamente de la población, sino de las élites políticas y empresariales que tienen la idea peregrina de que éste país es de su propiedad.

La nota publicada en días anteriores, respecto al arribo de una embarcación de lujo y de un helicóptero a una zona de reserva ecológica en una de las áreas de mayor sensibilidad ambiental de nuestro país, forma parte del surrealismo mexicano y la impunidad de los poderosos, pues el culpable fue por supuesto, el piloto del helicóptero.

El mensaje a la población es en sí más grave que el hecho delatado, que en realidad no causó daño alguno aparentemente. Pero repito,  el mensaje a la población es que si unos pueden violentar las leyes ambientales, todo se vale en esa materia y que la impunidad campea en todos los niveles.

La depredación de nuestros bosques y la contaminación de nuestras aguas, que ya hemos comentado en otras ocasiones,  nos encamina hacia un desastre ambiental que no parece ser advertido en los núcleos del poder. Estamos a unos cuantos años de que el daño sea irreversible y de que todos paguemos nuestra negligencia de décadas y la estupidez propia de un pueblo depredador que  termine con este maravilloso país, en el que es preferible construir un edificio o un paso a desnivel, que preservar la vida de cientos de árboles y otras especies.

Si no  tomamos consciencia del daño ecológico y pretendemos seguir viviendo en el absurdo,  continuaremos construyendo edificios cuyas ventanas miran hacia los segundos pisos y seguiremos pensando que esa es la forma correcta de vivir.  Hemos entrado en una especie de locura colectiva que parecemos no advertir.

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