martes, 4 de octubre de 2016
Textos en libertad / El IMSS, otra vez
Por Gustavo Rentería a las 23:22 archivado en Antonio Aspiros Villagómez Columnas Nacionales Textos en libertad | Comentarios : 0
José Antonio Aspiros Villagómez
El Instituto Mexicano del Seguro Social (IMSS) está a 15 meses de cumplir 75 años de creado, y por ello ya debería ser una institución de excelencia y hasta tener la certificación de calidad ISO 9000, y no sólo ser una “marca famosa” como lo acaba de anunciar el Instituto Mexicano de la Propiedad Industrial.
El decreto fundacional del IMSS data del 19 de enero de 1943 y, su inicio de operaciones, del 1 de enero de 1944. Nació a pesar de la resistencia de los empresarios y hasta de los afiliados al Frente Nacional Proletario quienes, en rechazo de la nueva institución, se enfrentaron a bomberos y policías en el Zócalo de la Ciudad de México el 20 de junio de 1944, con saldo de heridos, detenidos y vehículos destrozados.
Nuevas manifestaciones, ya no de proletarios, sino del propio personal del IMSS, tuvieron lugar siete décadas después, en 2015, en diversas ciudades, para oponerse a la llamada “universalización de la salud”, que consideran como un paso hacia la privatización de los servicios médicos por medio de la subrogación a particulares.
El secretario de Salud y los directores del IMSS y del Issste han negado que eso sea cierto, pero algunos medios periodísticos, entre ellos la revista Contralínea y la agencia Cimac, han documentado lo contrario. Contralínea lo hizo el 31 de julio pasado en el reportaje de Nancy Flores, ‘La escandalosa privatización del IMSS, vía subrogaciones’, y Cimac ya lo denunciaba hace ¡doce años!:
“Lenta pero segura, avanza la privatización del Instituto Mexicano del Seguro Social (IMSS). En sigilo, las reformas a la institución prevén el arrendamiento a la iniciativa privada de las instalaciones sanitarias, el reforzamiento de una "visión gerencial" para la atención a la salud, y la restricción a la población asegurada de los servicios médicos especializados.” (‘Reforma al IMSS paso a su privatización’, Rafael Maya, Cimac, 25 de mayo de 2004).
La actual agonía de otra empresa vital para el país, Pemex, comenzó igual: hace varios gobiernos, cuando dejaron de invertir en ella, frenaron sus actividades productivas, bajó la exploración, y le dieron la puntilla con la llamada reforma energética. Luego, los ajustes presupuestales afectaron la producción y la refinación del crudo. Convocaron a construir una nueva refinería, que iba a estar en Tula, y luego sepultaron y silenciaron el proyecto.
Pemex quedará, se teme, con una función parecida a la que vislumbran los sindicalizados del IMSS para su fuente de trabajo: como un mero administrador de cuotas.
Este tecleador fue empelado del Seguro Social (1961-1968) y, sus hijos -que nacieron en un hospital del propio Instituto- son sobrinos nietos de uno de sus fundadores, Miguel García Cruz, quien ocupó la secretaría general del organismo tripartita durante dos décadas o más. Ambos hechos, pero principalmente la nobleza y alcances sociales de las tareas encomendadas al IMSS, suscitan simpatía hacia el mismo, aunque, también, dudas acerca de si en verdad estará en camino su privatización, por más que lo niegue el gobierno.
Porque si bien son muchas y muy plausibles las historias de aciertos médicos que se conocen, son también demasiadas las quejas -aunque porcentualmente hayan disminuido, según versión oficial- y muchos ven en ese enojo de tantos asegurados, el resultado de una campaña para sensibilizarlos y, así, apoyen y hasta clamen una mayor participación particular.
Hay avances, desde luego. Se han resuelto los problemas de abasto de medicamentos, fue suprimida la revista de supervivencia para los pensionados, muchas unidades ya cuentan con expedientes digitalizados y con imagenología, se pueden realizar ciertos trámites por teléfono o internet, el personal es amable en su gran mayoría. Sorprendió, por ejemplo, que, en cierta clínica del Distrito Federal, la nueve, una paciente haya tardado menos de una hora en esperar y recibir su consulta, obtener su pase a especialidades, sacar citas de laboratorio y rayos X, y recoger sus medicamentos, cuando lo “normal” son varias horas para todo eso.
Claro, también hay que hablar de sus sanitarios sucios o descompuestos y tapados con un plástico verde en lugar de ser reparados, elevadores no siempre en servicio, las largas y tardadas filas en farmacias y laboratorios, las prolongadas esperas afuera de los consultorios donde además no hay sillas suficientes, como tampoco las camas necesarias en los hospitales, las distancias de una ciudad a otra que muchos pacientes y sus familiares recorren cuando requieren de atención especializada, y las anómalas experiencias que este tecleador escuchó -o vio- de conocidos, desconocidos, parientes y hasta personal del propio Instituto, con quienes habló en su peregrinar más reciente, de septiembre a septiembre (2015-2016) en espera de una cirugía cancelada ya tres veces.
Tal vez no sea muy propio referir un caso personal, sobre todo cuando las afectaciones por esas fallas han sido menos graves que las de otros pacientes, pero tampoco es prudente guardar silencio, sobre todo porque no fue interpuesta ninguna queja formal y sólo por estas líneas podrían enterarse quienes tengan que saberlo, aunque tal vez nada solucionen.
La atención recibida en la última década, ha sido variopinta. Buenos resultados en la extirpación de la vesícula (2012), lo mismo que con el proctólogo (2014); malos en oftalmología (2006), pues por el pésimo servicio fue necesario recurrir -a un alto costo- con un particular, como sucedió también en el área de audición (2014) donde no resolvieron los malestares, y de regulares a malos en urología.
En este último servicio, el tecleador fue hospitalizado una tarde de 2008 y echado a la calle al día siguiente, porque “su cirugía no está programada”; gracias al apoyo de Relaciones Públicas, finalmente fue operado, pero no quedó bien y le programaron una segunda operación ocho años después, que ha sido cancelada tres veces por personas que ni siquiera pudieron escribir o pronunciar bien el nombre del paciente.
La primera vez, fue por alguna falla en los quirófanos que duró varios días y afectó a otros enfermos; otra, porque no tenían su expediente (ni los de otras personas que esperaban en el servicio de urgencias) y el hospital carecía de una llave para abrir el archivo clínico y sacar esos papeles, y la tercera ocasión porque, debido a alguna imprevisión, faltaba material quirúrgico: sólo contaban con una pinza desechable, que fue usada con el paciente anterior.
Según lo hablado con un paramédico en una de esas fechas, casos así son frecuentes y quedó la percepción de que, allí, el personal está acostumbrado a lidiar todos los días con tales situaciones, y a decirle al enfermo, sin señalar a los responsables: “comprendo las razones de su contrariedad y lo lamento, a mí sólo me toca dar la cara”. Dos veces lo escuchamos.
¿Será verdad que quieren cansar a los asegurados para que aplaudan -y, así, acallen a los opositores- cuando el gobierno anuncie la privatización (completa, porque desde tiempo atrás hay subrogaciones) de los servicios?
El Instituto Mexicano del Seguro Social (IMSS) está a 15 meses de cumplir 75 años de creado, y por ello ya debería ser una institución de excelencia y hasta tener la certificación de calidad ISO 9000, y no sólo ser una “marca famosa” como lo acaba de anunciar el Instituto Mexicano de la Propiedad Industrial.
El decreto fundacional del IMSS data del 19 de enero de 1943 y, su inicio de operaciones, del 1 de enero de 1944. Nació a pesar de la resistencia de los empresarios y hasta de los afiliados al Frente Nacional Proletario quienes, en rechazo de la nueva institución, se enfrentaron a bomberos y policías en el Zócalo de la Ciudad de México el 20 de junio de 1944, con saldo de heridos, detenidos y vehículos destrozados.
Nuevas manifestaciones, ya no de proletarios, sino del propio personal del IMSS, tuvieron lugar siete décadas después, en 2015, en diversas ciudades, para oponerse a la llamada “universalización de la salud”, que consideran como un paso hacia la privatización de los servicios médicos por medio de la subrogación a particulares.
El secretario de Salud y los directores del IMSS y del Issste han negado que eso sea cierto, pero algunos medios periodísticos, entre ellos la revista Contralínea y la agencia Cimac, han documentado lo contrario. Contralínea lo hizo el 31 de julio pasado en el reportaje de Nancy Flores, ‘La escandalosa privatización del IMSS, vía subrogaciones’, y Cimac ya lo denunciaba hace ¡doce años!:
“Lenta pero segura, avanza la privatización del Instituto Mexicano del Seguro Social (IMSS). En sigilo, las reformas a la institución prevén el arrendamiento a la iniciativa privada de las instalaciones sanitarias, el reforzamiento de una "visión gerencial" para la atención a la salud, y la restricción a la población asegurada de los servicios médicos especializados.” (‘Reforma al IMSS paso a su privatización’, Rafael Maya, Cimac, 25 de mayo de 2004).
La actual agonía de otra empresa vital para el país, Pemex, comenzó igual: hace varios gobiernos, cuando dejaron de invertir en ella, frenaron sus actividades productivas, bajó la exploración, y le dieron la puntilla con la llamada reforma energética. Luego, los ajustes presupuestales afectaron la producción y la refinación del crudo. Convocaron a construir una nueva refinería, que iba a estar en Tula, y luego sepultaron y silenciaron el proyecto.
Pemex quedará, se teme, con una función parecida a la que vislumbran los sindicalizados del IMSS para su fuente de trabajo: como un mero administrador de cuotas.
Este tecleador fue empelado del Seguro Social (1961-1968) y, sus hijos -que nacieron en un hospital del propio Instituto- son sobrinos nietos de uno de sus fundadores, Miguel García Cruz, quien ocupó la secretaría general del organismo tripartita durante dos décadas o más. Ambos hechos, pero principalmente la nobleza y alcances sociales de las tareas encomendadas al IMSS, suscitan simpatía hacia el mismo, aunque, también, dudas acerca de si en verdad estará en camino su privatización, por más que lo niegue el gobierno.
Porque si bien son muchas y muy plausibles las historias de aciertos médicos que se conocen, son también demasiadas las quejas -aunque porcentualmente hayan disminuido, según versión oficial- y muchos ven en ese enojo de tantos asegurados, el resultado de una campaña para sensibilizarlos y, así, apoyen y hasta clamen una mayor participación particular.
Hay avances, desde luego. Se han resuelto los problemas de abasto de medicamentos, fue suprimida la revista de supervivencia para los pensionados, muchas unidades ya cuentan con expedientes digitalizados y con imagenología, se pueden realizar ciertos trámites por teléfono o internet, el personal es amable en su gran mayoría. Sorprendió, por ejemplo, que, en cierta clínica del Distrito Federal, la nueve, una paciente haya tardado menos de una hora en esperar y recibir su consulta, obtener su pase a especialidades, sacar citas de laboratorio y rayos X, y recoger sus medicamentos, cuando lo “normal” son varias horas para todo eso.
Claro, también hay que hablar de sus sanitarios sucios o descompuestos y tapados con un plástico verde en lugar de ser reparados, elevadores no siempre en servicio, las largas y tardadas filas en farmacias y laboratorios, las prolongadas esperas afuera de los consultorios donde además no hay sillas suficientes, como tampoco las camas necesarias en los hospitales, las distancias de una ciudad a otra que muchos pacientes y sus familiares recorren cuando requieren de atención especializada, y las anómalas experiencias que este tecleador escuchó -o vio- de conocidos, desconocidos, parientes y hasta personal del propio Instituto, con quienes habló en su peregrinar más reciente, de septiembre a septiembre (2015-2016) en espera de una cirugía cancelada ya tres veces.
Tal vez no sea muy propio referir un caso personal, sobre todo cuando las afectaciones por esas fallas han sido menos graves que las de otros pacientes, pero tampoco es prudente guardar silencio, sobre todo porque no fue interpuesta ninguna queja formal y sólo por estas líneas podrían enterarse quienes tengan que saberlo, aunque tal vez nada solucionen.
La atención recibida en la última década, ha sido variopinta. Buenos resultados en la extirpación de la vesícula (2012), lo mismo que con el proctólogo (2014); malos en oftalmología (2006), pues por el pésimo servicio fue necesario recurrir -a un alto costo- con un particular, como sucedió también en el área de audición (2014) donde no resolvieron los malestares, y de regulares a malos en urología.
En este último servicio, el tecleador fue hospitalizado una tarde de 2008 y echado a la calle al día siguiente, porque “su cirugía no está programada”; gracias al apoyo de Relaciones Públicas, finalmente fue operado, pero no quedó bien y le programaron una segunda operación ocho años después, que ha sido cancelada tres veces por personas que ni siquiera pudieron escribir o pronunciar bien el nombre del paciente.
La primera vez, fue por alguna falla en los quirófanos que duró varios días y afectó a otros enfermos; otra, porque no tenían su expediente (ni los de otras personas que esperaban en el servicio de urgencias) y el hospital carecía de una llave para abrir el archivo clínico y sacar esos papeles, y la tercera ocasión porque, debido a alguna imprevisión, faltaba material quirúrgico: sólo contaban con una pinza desechable, que fue usada con el paciente anterior.
Según lo hablado con un paramédico en una de esas fechas, casos así son frecuentes y quedó la percepción de que, allí, el personal está acostumbrado a lidiar todos los días con tales situaciones, y a decirle al enfermo, sin señalar a los responsables: “comprendo las razones de su contrariedad y lo lamento, a mí sólo me toca dar la cara”. Dos veces lo escuchamos.
¿Será verdad que quieren cansar a los asegurados para que aplaudan -y, así, acallen a los opositores- cuando el gobierno anuncie la privatización (completa, porque desde tiempo atrás hay subrogaciones) de los servicios?
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"Al Cierre". | El Financiero TV | Opinión de Gustavo Rentería. Martes, 26 de NOVIEMBRE.
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