Decía el escritor Juan José Arreola que cuando el hombre y la mujer tratan de reconstruir el Arquetipo (el modelo perfecto del ser humano), terminan componiendo un ser monstruoso: la pareja.
Algo así pasa desde hace un par de años que PAN y PRD insisten en generar alianzas monstruosas para ser competitivos en los procesos electorales, fingiendo reconstruir el arquetipo democrático, sin importarles que sus diferentes doctrinas e ideologías (a estas alturas ya no se les puede llamar principios) queden en segundo o tercer plano.
La elección en el Estado de México fue usada por todos los partidos políticos como termómetro y laboratorio para las elecciones del 2018. En ese momento, la mezquindad de PAN y PRD les impidió encontrar una alianza y trabajar en conjunto en esa entidad en la que el elegido tendría vastas ganancias. Sin embargo, tras los resultados, ambos partidos redescubrieron la importancia de las alianzas.
El objetivo, dicen, es sacar al PRI del poder. El otro objetivo, el que sólo unos aceptan, es frenar a Andrés Manuel López Obrador, quien difícilmente será partícipe de una alianza en la que él no sea el candidato principal, como lo ha sido para su partido en todas las elecciones (incluso en las que él no figura en las planillas) desde su creación.
PAN y PRD presuponen su superioridad moral frente a sus contrincantes, omitiendo públicamente el abandono de sus ideologías mientras esconden su ambición de poder detrás de un supuesto afán democrático. ¿Intentar frenar el avance priista es razón suficiente para poner de fachada un frente que no diluye de fondo las diferencias políticas e ideológicas?
El competido proceso del Edomex (que al final ganó, de nuevo, el PRI) mostró un escenario que bien podría repetirse el próximo año: las elecciones se ganaron con una tercera parte de los votos emitidos. Con tantos partidos participando, el voto se dispersa, ninguna propuesta puede colocarse como opción hegemónica y, por ende, todos los partidos salen a buscar los pedazos.
En caso de que, como se suele pensar, el proceso mexiquense marque la pauta para la contienda presidencial, con el PRI y Morena como los partidos con mayor cantidad de votos en ese estado clave, el FAD busca, por lo menos, hacerse del otro tercio restante de la votación, algo beneficioso para el PRD que fue vapuleado este 2017 y que, de otra forma, enfrenta un escenario oscuro para sus finanzas futuras.
En una supuesta coalición PAN-PRD, el primero apuesta a sus números mexiquenses para posicionar a su candidato frente a los que propongan los demás firmantes del frente. El segundo, dado casi por muerto, se encuentra en la posición menos ventajosa, por lo que sus diferentes tribus están dispuestas a una alianza, pero no a la misma: los que no apuestan por el PAN, tienen una maleta lista para acudir a los brazos de Morena. Muchos ven difícil la concreción de un verdadero frente democrático. La mayoría vemos oportunismo político.
La simulación entre estos dos partidos es tal que, durante elecciones en que no van en alianza, sus candidatos pueden destrozarse en campaña. Cuando el momento lo amerita, se bajan del ring, no hay más difamación, siempre y cuando pueda haber ganancias mutuas de por medio.
Los optimistas invocan a un candidato independiente que, de entrada, pueda encantar a las mayorías de ambos partidos. Sólo así podrían sentarse las bases para un escenario de “piso parejo” que deje contentos a los partidos participantes del FAD. En caso de la victoria, ya dejaría cada uno el trabajo sucio a sus legisladores: defender sus posturas políticas en las Cámaras, desde las bancadas.
Con ese trasfondo, ¿cómo creer en un frente democrático que tiene toda la pinta de mentira? ¿Hasta dónde están dispuestos a ceder PAN y PRD en su ansia de poder y en su lucha contra, por un lado, el gobierno priista y, por el otro, la candidatura mesiánica morenista y su liderazgo que no acepta ser cuestionado?
De entrada, nos toca reflexionar desde la ciudadanía la utilidad de una democracia rica en partidos y muy pobre en congruencia, propuestas y beneficios reales para los mexicanos. ¿Qué efecto tendría un sistema bipartidista, por ejemplo, como el estadounidense? ¿Sirve de algo seguir manteniendo a los partidos satélite que reciben mucho dinero pero hacen muy poco?
Quedan dos meses para que inicie, formalmente, el proceso electoral federal. Veremos, en ese tiempo, hasta donde llevan la simulación los partidos de derecha e izquierda. Sin embargo, no está de más recordar que la democracia no es monopolio de los partidos. Los resultados de una elección deben recaer cada vez más en la participación ciudadana. Y eso sólo se puede lograr dando el primer paso: salir a votar.
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