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viernes, 18 de agosto de 2017

¿Por qué no manda México?

Miguel Arroyo

(Décima séptima parte)

Desolado, perdido en su limbo, en esa noche oscura, sin rumbo y errante. El pueblo de México busca su explicación, su rumbo y su destino.

Trata de encontrarlo en un símbolo religioso, en un festejo efímero un día sin sentido de diciembre.

En cualquier celebración multitudinaria ya sea para un maratón, una procesión o la torta más grande del mundo,  en el Zócalo de su antiguo imperio ultrajado por el invasor, al cual reverencia y odia en secreto.

El pueblo, nosotros, no soportamos la soledad individual, buscamos  protección de la masa, seríamos el modelo experimental de libro de texto de Elías Canetti.

Somos masa, muchedumbre, indiferencia, indulgencia hacia el individuo, el otro que no marcha con nosotros.

Por eso con total indolencia tomamos avenidas, calles, el segundo piso, sin importarnos que sólo seamos veinte, treinta, cincuenta; no importa, afectamos a miles y no importa. Nosotros marchamos, benditas marchas, la versión moderna de la procesión de cientos de kilómetros.

La marcha es lo nuestro, aunque sea una forma premoderna, antiproductiva, si daña mejor, es mi revancha,  son mis dos horas de gloria.

Además me pagan por marchar, grito sin sentido, no importa. Necesito  afectar al que trabaja, al ciudadano, al que no es muchedumbre.

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