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martes, 2 de abril de 2019

120 días de gobierno: el traje del emperador

Fernando Hernández Marquina

Andrés Manuel López Obrador parece haber sido bendecido con el traje del emperador: aquel vestuario mítico de gran belleza que sólo las “personas aptas y de gran inteligencia” podrían ver. Con ese ropaje inmaculado, el primer mandatario recorre el país, da conferencias matutinas y toma decisiones que no pueden ser cuestionadas sino por aquellos que no hemos sido beneficiados con la capacidad de ver el majestuoso ajuar.

Ese manto mágico (llamémoslo “la honestidad valiente”) cura en salud al presidente de México para que no tenga que dar explicaciones a nadie sobre su actuar. Si ofrece una respuesta tibia hacia los dicharachos de Trump, el traje lo protege contra las injurias. Si se sale por la tangente ante los cuestionamientos de la prensa, el traje activa a los bots para fortalecer la versión oficial. Si él o su oficina se niegan a transparentar información solicitada por la ciudadanía, una vez más, el traje lo salva de toda suspicacia.

Sólo bajo esa lógica podemos explicar por qué, en 120 días de gobierno, el 74% de los contratos del gobierno federal se han adjudicado de manera directa, es decir, sin licitación de por medio: una práctica que en el pasado fue criticada por su tendencia a la opacidad, la corrupción (eje de los discursos presidenciales) y el amiguismo, pero que hoy es tolerada y hasta aplaudida por los seguidores del López Obrador.

Mexicanos Contra la Corrupción y la Impunidad (MCCI) publicó que, en lo que va de esta administración, sólo se han licitado18.3% de 28,458 contratos subidos a la plataforma Compranet, mientras que 7% se han logrado a través de invitación restringida (en la que tienen que participar, por lo menos, tres personas).

Servicios de Pemex, estudios para el Tren Maya, la construcción de la refinería de Dos Bocas… Los grandes proyectos de esta administración caben bajo el resguardo de los milagros del traje del emperador, pues ni la petrolera estatal, ni Fonatur ni la Secretaría de Economía han dado argumentos convincentes para el uso de dichos mecanismos.

Las razones escogidas por el gobierno federal son expuestas en el comunicado de MCCI: “Este patrón de comportamiento se ha justificado con base en argumentos ad hoc de emergencia nacional, urgencia, prisa, sostener el “ritmo de la nueva estrategia del Gobierno por acelerar la producción nacional”. Es mera coincidencia cualquier parecido con las declaratorias de Emergencia Nacional de Donald Trump para conseguir financiamiento para su muro.

Una vez más, distinto a todo discurso, a toda promesa, las acciones del gobierno parecen ir en contra de los valores que esgrimían como partido durante la campaña electoral de 2018. Sin embargo, los cuestionamientos siguen siendo los mismos que han fomentado nuestro Debate Puntual durante los últimos cuatro meses: ¿Basta un acto de fe para avalar las acciones del gobierno? ¿En qué basa la sociedad su juico para aplaudir lo que en administraciones anteriores criticó? ¿En verdad lo que necesita México es una sociedad comparsa del gobierno?

No se sabe cuánto durará el efecto mágico del traje del emperador. Por ahora, gabinete y funcionarios avalan sin chistar las decisiones del presidente, mientras que la sociedad aprueba todo al tiempo que sigue esperanzada en que los milagros prometidos ocurran en los seis años que, hasta ahora, tiene el gobierno para cumplir sus promesas.

Será un momento bochornoso cuando el mandatario se dé cuenta que, en realidad, no existe tal cosa como el traje perfecto, que quizá siempre ha estado desnudo frente a la audiencia, y que el aplauso que hoy lo apapacha podría convertirse mañana en críticas que no podrá endilgar indefinidamente a los conservadores y fifís.

Nadie quiere ver a un grupo de funcionarios creyentes que levantan sin tregua la capa invisible de un traje inventado. Como lo hemos dicho antes en nuestro Debate Puntual, la democracia necesita de contraponer puntos de vista, de poner en tela de juicio las decisiones del gobierno cuando van en contra de su propio discurso y, particularmente, cuando no abonan al crecimiento y la unidad de la nación.

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