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miércoles, 20 de noviembre de 2019

Enfoque Global / Bolivia, el racismo mancilla a la Wiphala y la democracia

José Luis Ortiz Santillán

El racismo es una enfermedad del ser humano, una epidemia social que no ha terminado de ser erradicada a pesar del desarrollo logrado por la humanidad; un mal dentro de la sociedad que puede despertar en cualquier momento, dañando la dignidad humana, provocando violencia y muerte. El racismo, como ahora en Bolivia, se exalta cuando en un conflicto los grupos sociales se distancian y se agreden invocando criterios étnicos de color, de raza y de cultura, menospreciándose unos a otros y exacerbando el odio.

Eso es precisamente lo que ha pasado en Bolivia, donde el rencor de una clase blanca y mestiza, que gobernó por décadas a la mayoría indígena boliviana, de pronto, inexplicablemente se vio superada por una clase media emergente procedente de las 34 naciones y pueblos indígenas originarios, exacerbando el odio de la minoría blanca y mestiza que ha retrocedido en sus posiciones dentro del gobierno después de 13 años de gobiernos de Evo Morales.

El exvicepresidente boliviano, Álvaro García Linera, lo ha dejado claro en una reciente entrevista en México; al señalar que, “En el caso de Santa Cruz organizan hordas motorizadas 4X4 con garrote en mano a escarmentar a los indios, a quienes llaman Collas, que viven en los barrios marginales y en los mercados. Cantan consignas de que: hay que matar collas, y si en el camino se les cruza alguna mujer de pollera la golpean, amenazan y conminan a irse de su territorio”, precisó el exgobernante quien narró como los racistas en “Cochabamba organizan convoyes para imponer su supremacía racial”… y como “agarran a una alcaldesa de una población campesina, la humillan, la arrastran por la calle, le pegan, la orinan cuando cae al suelo, le cortan el cabello, la amenazan con lincharla, y cuando se dan cuenta de que son filmadas deciden echarle pintura roja simbolizando lo que harán con su sangre”, precisó.

La situación que enfrenta Bolivia hoy revive la historia que escribió la humanidad en Sudáfrica en el pasado. El escritor sudafricano, Dennis Brutus, señaló en una de sus reflexiones que, el “Mundo sabe bien a estas alturas lo que es el apartheid; un sistema de represión que niega la representación política a catorce millones de sudafricanos porque no son blancos; un sistema social de división que mantiene a los pueblos aparte, separándolos rígida e implacablemente por el color de su piel y castigando a los que tratan de franquear una frontera puramente artificial como ésa”, nada lejos de la realidad.

Nelson Mandela, en su defensa frente a los racistas, entre tantas ideas dijo: “Odio la práctica de la discriminación racial, y en mi odio me siento respaldado por el hecho de que la inmensa mayoría de la humanidad lo odia de la misma manera. Odio que se inculque sistemáticamente a los niños el prejuicio basado en el color y … Me siento respaldado en ese odio por el hecho de que la inmensa mayoría de la humanidad tanto en este país como en el exterior comparte mi manera de pensar… No es cierto que reconocer el derecho a votar para todos terminará en dominación racial. La división política basada en el color es totalmente artificial y, cuando desaparezca, también desaparecerá la dominación de un grupo de color por el otro.”, lo cual explica parte de lo que hoy sucede en Bolivia, cuando los prejuicios basados en el color tratan de dividir una sociedad y polarizarla.

Definitivamente, después de ver como el gobierno de facto rechaza dialogar con la mayoría de los diputados y senadores del MAS, sólo se puede esperar lo peor. El gobierno de facto no ve seres humanos entre los miles de bolivianos que se movilizan contra el golpe de Estado en Bolivia; en su decreto del 15 de noviembre pasado, para justificar las acciones de militares y policías sobre la población se evidencia el desprecio por la mayoría indígena de la población al señalar que, “El personal de las Fuerzas Armadas, que participe en los operativos para el restablecimiento del orden y estabilidad pública, estará exento de responsabilidad penal cuando en cumplimiento de sus funciones constitucionales, actúen en legítima defensa o estado de necesidad”, de tal forma que ahora tienen la libertad de terminar con la vida de los opositores.

Es probable que el presidente Evo Morales y el Movimiento al socialismo hayan calculado mal su estrategia dentro de las recientes elecciones presidenciales. La confianza en los movimientos sociales bolivianos, en el apoyo popular de la mayoría del pueblo indígena de Bolivia, el cual representa más del 63% de la población de ese país, probablemente no le permitió ver que los cambios sociales no pueden centrarse en un sólo hombre sino en la capacidad de penetración y movilización social de una organización política, suficientemente capaz para convertirse en un partido de masas y contar con relevos.

Sin embargo, ahora es tarde para recapacitar sobre las decisiones del pasado. Lo cierto es que hoy en Bolivia se ha instaurado un gobierno de facto liderados por blancos y mestizos racistas, los cuales detestan al pueblo boliviano mayoritariamente indígena, al que pretenden cerrarle el paso al poder a cualquier costo. Al concluir la semana pasada, habían sido asesinas más de nueve personas en Oruro y la Defensoría del Pueblo de Bolivia señalaba que al menos 23 personas habían perdido la vida en enfrentamientos con la policía y el ejercito; mientras que la ONU denunciaba un uso desmedido de la fuerza frente a la población que libremente se ha movilizado en la Ciudad del Alto y en La Paz, así como en otras ciudades bolivianas, en contra del gobierno de facto de Jeanine Añez.

La tensión sigue aumentando en Bolivia y los movimientos de campesinos, estudiantes y mineros bolivianos ya no quieren dialogar, sino la renuncia incondicional de Jeanine Añez. Los manifestantes ayer lunes se concentraban en el centro de La Paz y se disponían a tender un cerco sobre la ciudad para asfixiarla de hambre, poner retenes en todas las carreteras para evitar que los alimentos lleguen a una ciudad donde, en la plaza central Jeanine Añez y sus esbirros se han parapetado con el poder; frente a una población que no lleva armas, ni rifles, ni cócteles molotov, ni bazucas hechas a mano y artefactos explosivos, sólo su corazón y el amor por su Wiphala, la bandera que representa todas las nacionalidades de los pueblos indígenas de Bolivia, mancillada por la autoproclamada presidente Jeanine Añez y sus generales, la cual fue bajada del hasta bandera del palacio de gobierno, pisoteada y quemada en un acto de racismo bárbaro, olvidando que, como la señalara Nelson Mandela: “Nadie nace odiando a otra persona por el color de su piel, o su origen, o su religión”.

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