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lunes, 23 de diciembre de 2019

Concatenaciones / Cadena de abusos

Fernando Irala

Con una lentitud que excede la tradicional parsimonia de los procesos que tienen que ver con la justicia, la congregación de los Legionarios de Cristo ha dado a conocer su informe final sobre los abusos sexuales que cometieron tanto su fundador como otros sacerdotes de la cofradía.

A más de una década desde el fallecimiento de Marcial Maciel, el líder religioso acusado, y a más de dos desde que las primeras denuncias se conocieron, finalmente hay un reconocimiento pleno y un intento de compilación del mal causado a niños y adolescentes, quienes buscaban su preparación religiosa y recibieron a cambio perversos atropellos.

De Maciel se documenta que él personalmente abusó de sesenta jovencitos, además de tener relaciones con varias mujeres con las cuales engendró varios hijos. Y más de un centenar más de menores fueron abusados por otros sacerdotes. Algunos de los cuales, dice el informe, formaron una cadena: primero fueron abusados; después pasaron de víctimas a victimarios, reprodujeron la perversidad.

El de Maciel y los Legionarios es uno de los casos más notables de abuso infantil en el seno de la Iglesia, pero no es el único. En diversos países y a lo largo del planeta, se han dado a conocer estas anómalas situaciones siguiendo patrones similares: la violación de pequeños amparados en la confianza de madres y familias en la bondad de los preceptores eclesiásticos.

En la existencia de estos terribles casos reside una de las causas por las cuales la Iglesia Católica vive la decadencia y el alejamiento de sus feligreses.

Hay otras, por supuesto, como el alejamiento de las cúpulas eclesiales de los creyentes, o la disipación en diversos ámbitos con que los clérigos viven, en apartamiento de sus votos de pobreza.
La vida moderna, además, no deja mucho margen a la religiosidad o al cultivo de la fe.

Lo ahora expuesto por la congregación es un extenso e impactante mea culpa, pero desde luego no basta ni para revertir los males hechos, ni para recuperar la confianza e inocencia con que por muchas décadas las familias creyentes enviaban a esos centros a sus hijos.

Pero, con todo, es una buena señal.

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