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lunes, 15 de junio de 2020

Enfoque Global / Fin del asedio a la humanidad del COVID-19 bajo el peligro latente

José Luis Ortiz Santillán

Con más de 7 millones 910 mil casos de COVID-19 en el mundo y más de 434 mil 368 muertes, en medio de acusaciones de los ciudadanos hacia sus gobiernos por negligencia, desde Madrid hasta Berlín, se pone fin al confinamiento con promesas de sus dirigentes de reconstruir las economías devastadas por la pandemia. Se trata de una guerra sanitaria que ha sacudido las entrañas de los sistemas de salud y las economías de todas las naciones; ahora cada jefe de gobierno o de Estado, de acuerdo a la estrategia adoptada, se dispone a levantar el confinamiento en sus países y poner la maquinaria económica en marcha, sin saber cuál será su costo.

Como en una guerra, no se puede soportar el asedio del enemigo durante meses sin ripostar; llegado el momento, bajo una estrategia para evitar el mayor número de bajas posible y preservar la vida de la mayoría de los soldados, se decide romper el asedio; pero todo ello, bajo un plan correctamente trazado y previstas todas las externalidades del mismo; sabiendo que hacer en cada momento y considerando las diversas variables, para poner en práctica las alternativas frente al fracaso de las proyecciones iniciales.

La pregunta es ¿Quién ha elegido la mejor estrategia en esta guerra contra el COVID-19?; si en principio hay cuestionamientos sobre la reacción tardía de muchos gobiernos frente al nuevo Coronavirus y las medidas adoptadas, los gobiernos tendrán que prepararse para enfrentar las nuevas críticas por haber levantado la cuarentena cuando se multipliquen los contagios y las muertes; lo que probablemente conduzca a la caída de más de un gobierno, como el de Brasil, por ejemplo, donde el COVID-19 ha segado la vida de más de 42 mil 833.

Relanzar las actividades económicas, permitir los viajes entre países sin cuarentena de los viajeros a la llegada, permitir el turismo, todo ello será como darle al enemigo la posibilidad de moverse con impunidad entre la humanidad. No serán sólo los hombres de negocios y turistas los que expongan sus vidas en este nuevo viaje de la humanidad hacia la “nueva normalidad”, ¡no!, será la de los más pobres del planeta, la de los más necesitados que hasta hoy se han mantenido a salvo aislados de los hombres de negocios y turistas que transitan de aeropuerto en aeropuerto, de ciudad a ciudad y de país en país, llevando, sin saberlo, la muerte en sus espaldas.

De este modo, mientras los Estados Unidos y los europeos invierten enormes sumas de dinero en la investigación científica para encontrar una vacuna contra el COVID-19, los países de África, Asia, América Latina y el caribe, pueden ser los próximos receptores de la expansión del nuevo Coronavirus entre su población, sin que puedan contar con los recursos e infraestructura sanitaria suficiente para hacer frente a este reto.

Esta semana pasada, Alemania, Francia, Italia y los Países Bajos firmaron un acuerdo con el grupo farmacéutico AstraZeneca para garantizar el suministro a la UE de 300 millones de dosis de una posible vacuna contra el coronavirus; así lo anunció el sábado pasado el gobierno alemán. La pregunta es, de nuevo, ¿Qué están haciendo los países de América Latina para hacer frente a este problema?, ¡quizá esperando que los países desarrollados tengan compasión de su pobreza y les brinden acceso a una probable vacuna? La ONU ha planteado que una vacuna contra el COVID-19 debe ser patrimonio de la humanidad, pero cuantos gobiernos de los países desarrollados piensan lo mismo o están de acuerdo con ello.

México avanza hacia la “nueva normalidad”, pero no hay certeza que no se multipliquen los casos y terminen desbordando la capacidad instalada de camas y respiradores artificiales. Nada está escrito, pero en un país con más de 130 millones de habitantes y una capital con más de 20 millones de personas, moviéndose de ul lugar a otro, los presagios sobre la supervivencia son sobrios.

No es pesimismo, sólo es la reflexión sobre la realidad de la mayoría de los mexicanos, mandados a la guerra contra el COVID-19 sin armas para defenderse, que no sean otras que las medidas de un protocolo de salud que pocos obedecen y la incertidumbre sobre si, llegado el momento, serán recibidos an algún hospital para salvar sus vidas.

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