Fernando Irala

Tres semanas después de las elecciones que tuvieron lugar en nuestro país, empiezan a vivirse las primeras secuelas de sus resultados, no todos esperados, no todos explicados.

Aunque ha habido muchos cambios entre los colaboradores del Presidente de la República a lo largo de los pasados treinta meses, los que se han producido en los días pasados son una evidente consecuencia de lo ocurrido en los comicios.

Otros más se producirán en las próximas semanas, dicen los rumores, que los atribuyen a un malestar que no pasa en el ánimo presidencial, y a la idea de ir al rescate de las posiciones perdidas.

Algo no cuadra en las expectativas oficiales, pues aunque en una primera mirada superficial Morena aparece como el mayor ganador, un análisis más detallado muestra que el partido en el gobierno no sólo perdió la mitad de las alcaldías capitalinas, sino también la mayor parte de la zona metropolitana.

Aunque ganó once gubernaturas, el partido del gobierno fracasó en la conquista de grandes ciudades, como Monterrey, Guadalajara, Puebla, Toluca o Mérida, y otras urbes de peso.

También se ha comentado mucho el retroceso den la Cámara de Diputados, donde ahora no tendrá ya la mayoría calificada.

A medida que se conoce información, se robustece la sospecha de que los grupos del crimen organizado actuaron concertadamente para favorecer las opciones morenistas, al ponderar las ventajas de un régimen que por decir lo menos, no los molesta.

Y lo más notable ha sido la búsqueda de culpables y las fracturas expuestas ante las fallas en un proceso en que al principio se anunciaba el paso de la aplanadora.

Finalmente, se han producido los síntomas de una sucesión presidencial adelantada, entre la impaciencia de quienes anhelan el fin de la 4T, y la de los grupos que esperan ser los herederos del poder.

Tal vez lo más relevante es que el régimen que haría historia mostró una fuerza decadente y una vulnerabilidad evidente.

Todo ello se irá acentuando en los próximos meses y años.