Arnulfo Valdivia Machuca
@arnulfovaldivia
“No se atrevan a encenderla”, dijo en su momento el genio cofundador de Apple, Steve Wozniak. “Espero que no la enciendan”, dijo el audaz empresario, fundador de Paypal y SpaceX, Elon Musk. Expertos menos famosos, pero igual de sensatos, dijeron lo mismo: no la enciendan. Pero ellos la encendieron.
Encenderla fue a la vez un prodigio del conocimiento humano y una transgresión a la seguridad de la humanidad sobre la tierra. Hablo de la interfaz cuántica.
En términos sencillos, una vieja televisión y una computadora son lo mismo. La diferencia es que la primera tenía un par de bulbos que permitían un flujo constante de corriente y la segunda nació con cientos de bulbos, que permitían alternar distintas combinaciones de corriente. Si sucede esto y esto, deja pasar corriente. Si no, detén la corriente. Esa combinación de impulsos de corriente es la base de la programación.
Los bulbos fueron después sustituidos por microprocesadores: una especie de granja de bulbos comprimida en una pequeña tarjeta de silicio. Los microprocesadores se han hecho cada vez más pequeños y a la vez más poderosos. Es decir, pasaron de sustituir unos cuantos bulbos a sustituir millones de ellos. Pero eso no fue suficiente para el ser humano.
Es así como llegamos a la computación cuántica. Es decir, a máquinas que operan a través de los llamados qubits. Los pasos y cortes de corriente de los que ya hablamos se llaman bits. Un bit sólo puede estar encendido o apagado. Un qubit, en cambio, al ser un estado no físico de la electricidad, puede ser positivo y negativo a la vez, lo que acelera varios millones de veces la velocidad de procesamiento. Eso es la computación cuántica.
¿Qué hicieron entonces al encender la interfaz cuántica? Fundamentalmente pusieron a hablar a dos supercomputadoras cuánticas, a través de un programa de inteligencia artificial y aprendizaje de máquinas, para observar qué sucedía.
¿Qué pasó? En menos de 5 minutos, las computadoras estaban hablando un lenguaje propio, sumamente eficiente, pero que sólo ellas entendían. En ese punto, los científicos decidieron desconectarlas: ellas habían adquirido vida propia. Surgen varias preguntas y preocupaciones. La más obvia es si la próxima vez estaremos en capacidad de desconectarlas. Así como crearon su propio idioma, ¿qué sucedería si crean una fuente de energía propia para no apagarse? ¿Las vamos a destruir a martillazos?
No la enciendan, dijeron Wozniak y Musk. Probablemente tampoco se trata de no seguir investigando, pero sí de hacerlo comprendiendo los riesgos y los cuidados que entraña el querer jugar a ser Dios, como dijo Harari en Homo Deus. Creemos tecnología, sería la moraleja, pero no en contra de nosotros mismos. Es el consejo científico ficcional de tu Sala de Consejo semanal.
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