@arnulfovaldivia
Juan y Sandra son vecinos y son muy parecidos. Sus departamentos están separados apenas por un muro. Ambos son de clase media y muy trabajadores. La principal diferencia entre ellos son sus hábitos digitales. Mientras Sandra pasa su tiempo consultando sitios religiosos en internet, Juan paga ocho suscripciones a sitios pornográficos, que cotidianamente mira excitado cada noche.
Otra diferencia es la salud de sus computadoras: la de Sandra está totalmente infectada por virus; la de Juan no tiene un solo contagio. Existe una razón para esta curiosa diferencia: las páginas religiosas tienen poco mantenimiento y por tanto graves vulnerabilidades de seguridad cibernética. Por el contrario, las páginas pornográficas reciben sustanciosos pagos, que les permiten blindar sus sitios de infecciones. De hecho, un estudio realizado por el gigante de la seguridad digital Symantec concluyó que las páginas religiosas tienen en promedio 115 puntos de amenazas de ciberseguridad contra apenas 25 de las pornográficas.
La basura afuera del taller de Marcial era absolutamente insoportable. Ni el rótulo que prohibía botar desechos ni el perro que había muerto envenenado por un frasco de cloro a medio vaciar habían funcionado para evitar que aquella esquina fuera un muladar. “Ponga una virgen”, le sugirió su compadre Tomás. “Al otro día se le acaba la basura”, afirmó. Marcial construyó un hermoso nicho y la Morena del Tepeyac le hizo el milagro: las toneladas de basura súbitamente se convirtieron en montañas de aromáticas flores.
¿Qué une a los sórdidos sitios pornográficos de Juan con el pulcro altar de Marcial? La respuesta es que ambos funcionan bien por tener incentivos correctos. Así opera el mundo.
Las sociedades actúan de un modo determinado porque interactúan bajo una combinación de incentivos que las hacen funcionar así. La realidad es que la naturaleza humana es muy similar independientemente de la raza, pero también es real que las naciones actúan distinto a partir de las diferentes instituciones que han desarrollado para normar su conducta individual y colectiva.
Dicho de otro modo, lo que determina la trayectoria de las sociedades humanas son las leyes, normas, costumbres, castigos sociales y convicciones individuales. El destino de los pueblos o las organizaciones no está predeterminado por su pasado, sino que se puede construir desde el presente, para que cambie en el futuro. Esto es algo que los latinoamericanos no creemos, porque somos como Marcial: creemos en los milagros y no en las decisiones y por eso nos sentimos como Sandra: víctimas de la casualidad incluso si actuamos bien. Lo cierto es que la gracia divina no modifica la realidad. Es la construcción de incentivos correctos la que nos convierte en dueños de nuestro porvenir. Este es el consejo institucional de tu Sala de Consejo semanal.
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