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lunes, 14 de febrero de 2022

Su Señoría

 Arnulfo Valdivia Machuca


Eran las cuatro de la tarde en la sala de audiencias. Aquel día, el señor juez Rodríguez había tenido una urgencia personal que lo había hecho salir inusualmente temprano de casa y sin desayunar. Las tripas se le retorcían en un hambre feroz convertida ya en dolor de cabeza. La estrategia fue simple: sin escuchar alegatos, eligió los tres argumentos más sólidos para negar la libertad condicional, los redactó y en voz alta dijo: “negada”. Murmuró un par de palabras al Secretario del Juzgado y, sin despedirse, salió huyendo ante la mirada atónita de las partes. El hambre había ganado el juicio.

Su Señoría Rodríguez quizá pecó de irresponsable, pero ante todo confirmó un patrón inconsciente que se remite más a la naturaleza humana que a la falta de ética profesional: los desequilibrios físicos alteran nuestras decisiones.

Cuando se le pidió a Babe Ruth, uno de los bateadores más imponentes de la historia, que mostrara con sus manos el tamaño de una pelota de béisbol, mostró un tamaño desproporcionadamente grande. Lo mismo se le pidió a un bateador mediocre: sus manos indicaban un tamaño mucho más pequeño. Para investigar este particular hallazgo, los científicos entrevistaron tanto a buenos bateadores como a malos. Los resultados fueron consistentes: los buenos bateadores veían la pelota mucho más grande que los malos. Esto tampoco es extraño, porque hoy sabemos que nuestra percepción cambia de acuerdo con nuestras capacidades.

Podríamos continuar contando anécdotas, pero al final, lo cierto es que cada quien creamos un mundo diferente desde quiénes somos. Podemos saber las medidas de una pelota de béisbol, pero jamás sabremos qué tan grande o pequeña la ve alguien al batear. Cada cabeza es un mundo, literalmente hablando. Del mismo modo podríamos decir que innumerables experimentos confirman que quienes calculan bien hechos irrelevantes, como la hora del día, también tienen la capacidad de adivinar correctamente tendencias del mercado bursátil. O que cuando estamos acompañados sentimos que las cosas son más fáciles, independientemente de que lo sean o no. En resumen, nuestra percepción es nuestra realidad y, de hecho, la realidad de cada uno se construye desde la percepción combinada de miles de situaciones que interpretamos diferente todos los días en nuestro cuerpo y en nuestro contexto externo.

La implicación principal de reconocer que cada quien tenemos percepciones distintas debería ser la tolerancia absoluta. No justifico al Juez Rodríguez, pero sí entiendo que, siendo humano, puede actuar distinto a mí, bajo condiciones idénticas. Tolerar es aceptar sin reparo y aceptar diferencias sin reparar, es el camino hacia la comprensión constructiva en todos los ámbitos del ser y también del hacer. Es el consejo vital de tu Sala de Consejo semanal.

@arnulfovaldivia

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