Miguel Ángel Ferrer
Al general Manuel Antonio Noriega, hombre fuerte de Panamá y jefe de las fuerzas armadas de su país no lo derrocó la feroz campaña mundial de satanización contra su persona orquestada por Washington. Lo derrocó una invasión militar yanqui que tan sólo en la primera noche de bombardeos dejó un saldo de entre 4 mil y diez mil víctimas mortales.
A Saddam Hussein tampoco lo derrocó la ultra feroz campaña mundial de satanización enderezada en su contra por EU. Para hacerlo fue necesario invadir militarmente Irak en una guerra que se prolongó por veinte años y produjo varias centenas de miles de muertos.
Con Kadafi pasó más o menos lo mismo. Sólo que en Libia el ejército invasor eran tropas mercenarias contratadas por Washington.
Estos tres ejemplos pueden bastar para percibir que la archi feroz campaña de satanización contra el presidente Putin por cuenta de Biden, la Unión Europea y la OTAN no puede arrojar resultados favorables al imperialismo yanqui y sus vasallos.
Por eso la alianza imperialista estaba poniendo en marcha el único recurso capaz de derrocar a Putin y, de paso, destruir a Rusia: la agresión militar. Una nueva Operación Barbarroja, que luego de muchos años de preparación para completar el cerco bélico de Rusia, debía empezar en el este de Ucrania. Ni modo que comenzara en la diminuta Estonia o en España o en Colombia.
Era tan obvio el plan e iba tan avanzado que la única vía para desbaratarlo era anticiparse al golpe: liquidar en la cuna a la nueva Operación Barabarroja. Y así fue. Por eso esta vez los nazis no llegaron hasta las puertas de Moscú, sino que se quedaron a miles de kilómetros del objetivo principal: el Kremlin.
Frente a estas nuevas circunstancias políticas, militares y geográficas Biden y la OTAN han quedado amarrados de manos. Abortada la segunda Operación Barbarroja sólo les queda volver a empezar. Pero ahora en condiciones muy desfavorables.
Por lo pronto, el saldo del golpe a la segunda Operación Barbarroja es altamente positivo para Rusia y para Putin: han alejado el peligro de agresión armada y han mejorado sus propia situación militar.
Y, mientras tanto, la alianza atlántica se resquebraja, pues ya perdió la iniciativa. ¿Qué pueden hacer Biden y la OTAN? Parece que, como Hitler en su momento, calcularon muy mal la fuerza del adversario.
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