Fernando Irala
Una traición al futuro, le llamó la crónica de un periodista mexicano al golpe que hace medio siglo acabó con el gobierno socialista de Salvador Allende y con él mismo, para cubrir con una noche negra y sanguinaria la historia chilena y continental.
En una región que durante la segunda mitad del siglo pasado alternó avances democráticos y progresistas con torvas dictaduras militares, el gobierno del tirano Pinochet se distinguió como pocos por su dureza criminal.
Al final, termino creyendo como todos los dictadores que el pueblo lo amaba, y cayó luego de perder un plebiscito organizado por él mismo para refrendar su gobierno.
El golpe chileno, auspiciado no sólo por la derecha local, sino por el gobierno de Estados Unidos, arrancó de golpe las aspiraciones de transformación social de ese pueblo, y contribuyó al ensombrecimiento del panorama latinoamericano.
En ese momento, la revolución cubana todavía era joven y despertaba el entusiasmo popular en otras latitudes; la guerra de Vietnam era repudiada en el mundo entero y la diplomacia norteamericana resentía la presión para dar marcha atrás en una aventura sin sentido. La Guerra Fría determinada conductas y estrategias en los líderes del mundo.
Diez meses antes del golpe, Salvador Allende había estado en México, y su estancia había propiciado una conexión personal con los líderes políticos nacionales y con la juventud mexicana.
Luego del 11 de septiembre de 1973, la embajada mexicana recibió en Santiago a todos los asilados que pudo, y así les salvó la vida.
Desde entonces hay una especial hermandad entre nuestros pueblos, que aprendimos de manera trágica lecciones que creíamos imposibles de olvidar, una muy principal, que el Ejército es una institución fundamental para cuidar la soberanía y la estabilidad nacional, pero no hay que darle más poder del necesario en su ámbito, ni los gobernantes deben confiar en ellos por encima de las instituciones civiles.
En Chile lo tienen muy presente. De México luego hablamos.
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