Fernando Irala
El próximo domingo finalmente tendrá lugar la cita cívica, ese día los mexicanos tendremos los comicios más grandes de nuestra historia, por el número de ciudadanos que podrán votar, alrededor de 98 millones, y por el número de cargos a elegir, más de veinte mil en todo el país.
Por supuesto, la elección más importantes es la de quien ocupará en cuatro meses la presidencia de la República. Y más relevante que la mujer que escojamos, es que se definirá un rumbo de país.
A esta elección la precede el periodo de mayor violencia y muerte en nuestro país. En el actual sexenio, más de 180 mil mexicanos han perdido la vida por asesinato, cuando concluya este gobierno la cifra se habrá aproximado a los 200 mil. Adicionalmente, más de 40 mil personas han desaparecido en el mismo lapso. Además de estos hechos violentos, la epidemia del covid nos dejó otros 300 mil mexicanos cuya muerte no se debió simplemente al virus, sino a las erróneas políticas públicas y decisiones de gobierno tomadas durante la emergencia.
En otros rubros, como la educación, por citar uno solo, las estrategias gubernamentales han sido igualmente desastrosas, pero el dato contundente de las vidas perdidas o desaparecidas nos debería pegar en la conciencia como ningún otro.
Sin embargo, ese conjunto de tragedias no parece reflejarse en la dimensión que debiera en las urnas. Muchos mexicanos piensan que los temporales beneficios de los apoyos sociales son lo más relevante y justifican con creces que estemos cada vez peor en los indicadores de salud, de educación o de seguridad pública. Y ya no hablemos de la corrupción, en donde el lema oficial resultó cierto e irrebatible: no son iguales, son mucho peores.
Frente a todo ello, la jornada electoral representa la posibilidad de que la ciudadanía alce su voz y ejerza su derecho.
Hoy podemos superar el desastre. Después podría ser demasiado tarde.
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