lunes, 23 de enero de 2017
¿Por qué no manda México?
Por Gustavo Rentería a las 19:30 archivado en Columnas Nacionales Miguel Arroyo | Comentarios : 0
Miguel Arroyo
(Tercera Parte)
Cuando los Estados Unidos de América lograron la independencia del poderoso imperio británico, se concentraron en la construcción de instituciones sólidas. Su élite política era mayoritariamente liberal y tuvieron siempre como guía la construcción de una república federal y democrática. No fue necesario enfrentar la ofensiva conservadora representada por la iglesia, pues ésta era en su mayoría de carácter protestante y tenía muy claro que su función no consistía en gobernar el mundo político de los hombres, tampoco tenía esta iglesia grandes posesiones terrenales que defender y sí en cambio, proveía a las comunidades de fortaleza espiritual para enfrentar las adversidades, no con ánimo de resignación sino por el contrario, con la convicción de que Dios quería bien a los vencedores y a aquéllos que lograban el progreso material.
Las iglesias eran también centro de reunión de las comunidades, donde se resolvían los asuntos cotidianos y se tomaban por votación las decisiones trascendentales que afectaban a los pueblos y a las ciudades. Así cuando las colonias americanas se independizaron, tenían los elementos estructurales y sociales necesarios para convertirse en una nación próspera (tal como ocurrió de alguna manera con Canadá) salvo la cruenta guerra de recesión de la cual emergieron con mayor fortaleza y dinamismo económico. No es coincidencia por cierto, que ninguno de los países que se independizaron de la corona española y portuguesa, se hayan podido convertir en naciones prósperas y con estabilidad política.
Nuestro país trató de seguir el modelo liberal, federal y republicano, pero las divisiones entre los propios grupos liberales y la férrea oposición de los conservadores y de la iglesia, provocaron la inestabilidad política, la merma de la hacienda pública y por supuesto, el atraso económico del país.
Los grupos liberales que gobernaron a partir de la independencia, trataron igualmente de establecer los procesos democráticos de corte liberal en una nación acostumbrada a obedecer a un líder ungido que hasta la fecha parece estar buscando al iluminado que le evite las penurias y amarguras de ésta vida y nos conduzca a través del negro Tártaro a la tierra prometida.
No en balde tenemos la democracia más costosa del mundo, no en balde el Instituto Nacional Electoral tiene un presupuesto que no es acorde con una nación hundida en la pobreza y los partidos políticos gozan de recursos millonarios para realizar una función que no debería tener esos costos ofensivos para la población.
Los liberales republicanos tuvieron la fortaleza para implantar, aunque fue pírricamente un sistema de gobierno acorde con lo que hoy es imperante en el occidente geopolítico, sin que el país se le hubiera desecho entre las manos y los costos se debieron, más que a sus errores y debilidades, a la obstinación de una fuerte ala conservadora de tratar de preservar sus privilegios sobre el beneficio de un pueblo subyugado y sumido en la ignorancia, al grado de tramar el ofrecimiento de la nación a un Habsburgo y el ataque por la retaguardia a las tropas federales durante la invasión de 1847.
(Tercera Parte)
Cuando los Estados Unidos de América lograron la independencia del poderoso imperio británico, se concentraron en la construcción de instituciones sólidas. Su élite política era mayoritariamente liberal y tuvieron siempre como guía la construcción de una república federal y democrática. No fue necesario enfrentar la ofensiva conservadora representada por la iglesia, pues ésta era en su mayoría de carácter protestante y tenía muy claro que su función no consistía en gobernar el mundo político de los hombres, tampoco tenía esta iglesia grandes posesiones terrenales que defender y sí en cambio, proveía a las comunidades de fortaleza espiritual para enfrentar las adversidades, no con ánimo de resignación sino por el contrario, con la convicción de que Dios quería bien a los vencedores y a aquéllos que lograban el progreso material.
Las iglesias eran también centro de reunión de las comunidades, donde se resolvían los asuntos cotidianos y se tomaban por votación las decisiones trascendentales que afectaban a los pueblos y a las ciudades. Así cuando las colonias americanas se independizaron, tenían los elementos estructurales y sociales necesarios para convertirse en una nación próspera (tal como ocurrió de alguna manera con Canadá) salvo la cruenta guerra de recesión de la cual emergieron con mayor fortaleza y dinamismo económico. No es coincidencia por cierto, que ninguno de los países que se independizaron de la corona española y portuguesa, se hayan podido convertir en naciones prósperas y con estabilidad política.
Nuestro país trató de seguir el modelo liberal, federal y republicano, pero las divisiones entre los propios grupos liberales y la férrea oposición de los conservadores y de la iglesia, provocaron la inestabilidad política, la merma de la hacienda pública y por supuesto, el atraso económico del país.
Los grupos liberales que gobernaron a partir de la independencia, trataron igualmente de establecer los procesos democráticos de corte liberal en una nación acostumbrada a obedecer a un líder ungido que hasta la fecha parece estar buscando al iluminado que le evite las penurias y amarguras de ésta vida y nos conduzca a través del negro Tártaro a la tierra prometida.
No en balde tenemos la democracia más costosa del mundo, no en balde el Instituto Nacional Electoral tiene un presupuesto que no es acorde con una nación hundida en la pobreza y los partidos políticos gozan de recursos millonarios para realizar una función que no debería tener esos costos ofensivos para la población.
Los liberales republicanos tuvieron la fortaleza para implantar, aunque fue pírricamente un sistema de gobierno acorde con lo que hoy es imperante en el occidente geopolítico, sin que el país se le hubiera desecho entre las manos y los costos se debieron, más que a sus errores y debilidades, a la obstinación de una fuerte ala conservadora de tratar de preservar sus privilegios sobre el beneficio de un pueblo subyugado y sumido en la ignorancia, al grado de tramar el ofrecimiento de la nación a un Habsburgo y el ataque por la retaguardia a las tropas federales durante la invasión de 1847.
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