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martes, 7 de mayo de 2019

Benditas redes sociales

Fernando Hernández Marquina

Los llamamos bots y trolls, porque no tenemos sus nombres reales. Han tomado las redes sociales, especialmente Twitter, con avatares falsos, desde cuentas automatizadas, donde operan en grupo y, en escasas ocasiones, dedican sus publicaciones a intentar convencer: en general, apuestan más a los ataques acompañados de acusaciones viejas, recicladas, fotos con comentarios subjetivos que, curiosamente, añaden autenticidad a sus disparates.

Es indiferente si operan en Rusia o en Estados Unidos; si apoyan a AMLO o a la oposición; si están en contra de Bolsonaro o de Lula; a favor de Maduro o de Guaidó; si quieren derribar a Macron o desacreditar a los chalecos amarillos: su presencia es preponderante en internet.

Las redes se han convertido en una plataforma donde toda información es manipulable: pueden hacer que una noticia falsa se vuelva tendencia, crecer mediáticamente a un individuo en cuestion de horas, intimidar y agredir a quien opina de manera contraria a lo que el algoritmo les tiene programado, convertir en Trending Topic cualquier información… Los casos cada vez son mayores, y cada vez es más notorio que esa forma de manipulación se ha vuelto deseada y hasta indispensable para los aparatos políticos.

En otro Debate Puntual ya había compartido con ustedes mis inquietudes sobre estos grupos que abusan de la libertad de expresión (mienten constantemente y rara vez usan datos duros para respaldar sus ataques; dado su éxito, parece que no los necesitan) y dañan a la democracia puesto que su objetivo es desinformar.

Hemos visto personajes de distintas ideologías abandonar las redes sociales por causa de los abusos de bots y trolls. Coincido con su desesperanza cada que entro a las redes y veo que la “conversación” está tomada por perfiles que se esconden detrás de sobrenombres, imágenes genéricas, bios engañosas y sus publicaciones son sólo ataques y retweets de otras cuentas -muchas veces también falsas- que sirven para reafirmar su propio discurso.

Todos los conocemos, no son un problema de un solo partido ni de una sola ideología política. La hipocresía radica en cómo, siempre siguiendo su juego, las colmenas de cuentas falsas acusan a los otros, sus opositores, de ser bots o trolls, sin ellos mismos asumirse como impostores. Lo que tenemos hoy en día, probablemente, es una batalla entre agencias encargadas de encumbrar cada una el punto de vista de quien las contrata, y no manifestaciones reales de ciudadanos interesados en el presente nacional.

Me preocupa que las redes sociales, en particular Twitter, han sido incapaces de detener la proliferación de estas cuentas. ¿Hay un negocio para los gigantes de Silicon Valley detrás de estos grupos golpistas? Con el conocido impacto que tienen sobre las democracias, no dudo que así sea.

En México, este domingo vi la lucha entre bots a favor y en contra de la Marcha del Silencio. En Estados Unidos y Canadá, con elecciones venideras, la injerencia rusa a través de estos mecanismos preocupa una vez más en cuanto a su efecto en los resultados de las contiendas. En Brasil, quienes temen una nueva dictadura se enfrentan a diario contra los otros, llamados peyorativamente bolsominions, férreos seguidores del polémico presidente.

En todos los casos, estas cuentas se han enquistado en las democracias, su poder es real e innegable, y sus consecuencias profundas todavía están por verse. Al juego de la hipocresía se suman también las redes sociales que están permitiendo estos abusos constantes. Si bien Facebook incorporó hace poco una política para frenar la discriminación y, particularmente, la proliferación de grupos de ultraderecha, parece que no han encontrado la forma de frenar la información falsa, sin fundamentos, ni los ataques contra usuarios reales por parte de bots.

El Debate Puntual de hoy se queda sólo con preguntas e incertidumbre: ¿hasta cuándo veremos verdaderos protocolos de autenticación para las cuentas de redes sociales? ¿Cuándo volverán a ser territorio ciudadano y no plaza en guerra peleada por intereses políticos y económicos? ¿Cuándo, como sociedad, retomaremos nuestro lugar en la democracia?

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