Miguel Ángel Ferrer
En los tiempos modernos hay mucha experiencia acumulada sobre la inutilidad e ineficacia de las llamadas sanciones para conseguir, por cuenta de Washington, un cambio de régimen en países señalados por el dedo imperial como enemigos.
En Cuba, 60 años; 40 en Irán; 40 en Nicaragua; 30 en Venezuela. 170 años de experiencia deberían bastar para entender que las llamadas sanciones de EU contra Rusia no servirán para detener la guerra entre Kiev y Moscú.
El único modo posible de poner un alto al conflicto es el diálogo y la negociación. Un método que implica ganancias y pérdidas para ambos bandos.
Pero Ucrania no puede hacer esto sin el permiso expreso de EU, en tanto que Moscú no tiene inconveniente. El obstáculo para lograr la paz se encuentra en Washington.
Sólo que Biden no tiene prisa ni apuro. La altísima cuota de sangre y sufrimiento humano no la pagará EU. Ésta correrá por cuenta de Rusia y, sobre todo, de Ucrania. Y mientras más tiempo pase, mayores serán las pérdidas para ambas partes, pero sobre todo para Ucrania.
Y en tanto Volodímir Zelenski, presidente pelele de Ucrania, o el resto de la cúpula nazi que despacha en Kiev, se deciden por la negociación con Rusia, ésta seguirá avanzando hacia el oeste y ocupará todo el país. Y quizás en ese momento Moscú tenga menos interés en negociar. O lo hará en condiciones de absoluta ventaja.
Objetivamente, a la cúpula nazi ucraniana le urge negociar. Sacudirse el yugo de Washington, rebelársele al amo yanqui. No tiene alternativa. Se juega su propia sobrevivencia.
Así que deberá renunciar a sus aspiraciones de integrarse a la OTAN. Y deberá aceptar que en el territorio ucraniano no se instalen bases militares de la alianza atlántica o de EU. Y deberá, igualmente, reconocer la independencia de las repúblicas autónomas de Donetsk y Lugansk. A cambio conseguirá la retirada del ejército ruso del territorio ucraniano.
Como se ve, atrás quedaron los tiempos de la unipolaridad estadounidense y del dominio manu militari yanqui. Ese ciclo terminó en Siria. La intervención rusa impidió la repetición de los hechos de Irak, Afganistán y Libia, igual que ahora mismo en Ucrania.
Desde Siria para acá, la balanza del poder mundial volvió a equilibrarse. Una Rusia fortalecida ha sido el factor decisivo para frenar al imperialismo. Nada más pero nada menos.
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